El sarampión es una enfermedad que vive dentro de las células del cuerpo, por lo que se podría decir está “protegida” contra los medicamentos, los cuales se transfieren mediante el torrente sanguíneo. Esta es muy contagiosa, incluso más que la gripe o el Ébola, y no existe un tratamiento curativo.

Se transmite cuando los afectados tosen o estornudan y se mantiene activa durante ciento veinte minutos. Se evidencia con la aparición de altas fiebres y una erupción. Es contagiosa cuatro días antes y después de la aparición de la erupción.

Ataca principalmente a niños, aunque no son los únicos, y puede ocasionar complicaciones respiratorias y neurológicas, tales como infecciones pulmonares o encefalitis. Las autoridades sanitarias mundiales reiteran la trascendencia de la vacuna.

La OMS y la Unicef dieron alertaron sobre el aumento de esta enfermedad. Según el Unicef. Noventa y ocho países detectaron un incremento en el número de casos en 2018. Diez países representan las tres cuartas partes del incremento total, en los que encontramos a Ucrania, Brasil y Francia.

Un retroceso en la vacunación en los países ricos y una nula accesibilidad a ellas (acausa de sistemas deficientes de salud) en los pobres, es un factor determinante en esta situación.

En los países ricos, la desconfianza hacia la vacuna MMR (que cubre el sarampión, las paperas y la rubéola), se debe a una publicación de 1998 que la asociaba esta vacuna con el autismo, pero se estableció que su autor había falsificado los resultados y diversos estudios mostraron que la vacuna no aumentaba el riesgo de autismo. La desconfianza también puede estar relacionada con motivos religiosos.

Como cereza del pastel, Daniel Lévy-Bruhl, responsable de la vacunación de la agencia de salud francesa Santé Publique France, explica a la Agence France-Presse (AFP) que "Cuando el sarampión surge en un país, es probable que tenga repercusiones en otros porque la gente viaja mucho".